domingo, 28 de janeiro de 2024
O pão do céu / EL PAN DEL CIELO / La ĉiela pano.
O pão do céu.
50. No dia
seguinte, o povo, que permanecera do outro lado do mar, notou que lá não
chegara outra barca e que Jesus não entrara na que seus discípulos tomaram, que
os discípulos haviam partido sós — e como tinham chegado depois outras barcas de
Tiberíades, perto do lugar onde o Senhor, após render graças, os alimentara com
cinco pães; — e como verificassem por fim que Jesus não estava lá, tampouco
seus discípulos, entraram naquelas barcas e foram para Cafarnaum, em busca de
Jesus. — E, tendo-o encontrado além do mar, disseram-lhe: Mestre, quando vieste
para cá? — Jesus lhes respondeu: Em verdade, em verdade vos digo que me
procurais, não por causa dos milagres que vistes, mas porque eu vos dei pão a
comer e ficastes saciados. — Trabalhai por ter, não o alimento que perece, mas
o que dura para a vida eterna e que o Filho do Homem vos dará, porque foi nele
que Deus, o Pai, imprimiu seu selo e seu caráter. — Perguntaram-lhe eles: Que
devemos fazer para produzir obras de Deus? — Respondeu-lhes Jesus: A obra de
Deus é que creiais no que ele enviou. — Perguntaram-lhe então: Que milagre
operarás que nos faça crer, vendo-o? Que farás de extraordinário? — Nossos pais
comeram o maná no deserto, conforme está escrito: Ele lhes deu de comer o pão
do céu. — Jesus lhes respondeu: Em verdade, em verdade vos digo que Moisés não
vos deu o pão do céu; meu Pai é quem dá o verdadeiro pão do céu — porquanto o
pão de Deus é aquele que desceu do céu e que dá vida ao mundo. — Disseram eles
então: Senhor, dá-nos sempre desse pão. — Jesus lhes respondeu: Eu sou o pão da
vida; aquele que vem a mim não terá fome e aquele que em mim crê não terá sede.
— Mas, eu já vos disse: vós me tendes visto e não credes. — Em verdade, em
verdade vos digo: aquele que crê em mim tem a vida eterna. — Eu sou o pão da
vida. — Vossos pais comeram o maná do deserto e morreram. — Aqui está o pão que
desceu do céu, a fim de que quem dele comer não morra. (S. João, 6:22–36 e
47–50.)
51. Na primeira
passagem, lembrando o fato precedentemente operado, Jesus dá claramente a
entender que não se tratara de pães materiais, pois, a não ser assim, careceria
de objeto a comparação por ele estabelecida com o fermento dos fariseus: “Ainda
não compreendeis, diz ele, e não vos recordais de que cinco pães bastaram para
cinco mil pessoas e que dois pães foram bastantes para quatro mil? Como não
compreendestes que não era de pão que eu vos falava, quando vos dizia que vos
preservásseis do fermento dos fariseus?” Esse confronto nenhuma razão de ser
teria, na hipótese de uma multiplicação material. O fato fora de si mesmo muito
extraordinário para ter impressionado fortemente a imaginação dos discípulos,
que, entretanto, pareciam não mais lembrar-se dele.
É também o que
não menos claramente ressalta, do que Jesus expendeu sobre o pão do céu,
empenhado em fazer que seus ouvintes compreendessem o verdadeiro sentido do
alimento espiritual. “Trabalhai, diz ele, não por conseguir o alimento que
perece, mas pelo que se conserva para a vida eterna e que o Filho do Homem vos dará.”
Esse alimento é a sua palavra, pão que desceu do céu e dá vida ao mundo. “Eu
sou, declara ele, o pão da vida; aquele que vem a mim não terá fome e aquele que
em mim crê nunca terá sede.”
Tais distinções,
porém, eram por demais sutis para aquelas naturezas rudes, que somente
compreendiam as coisas tangíveis. Para eles, o maná, que alimentara o corpo de
seus antepassados, era o verdadeiro pão do céu; aí é que estava o milagre. Se,
portanto, houvesse ocorrido materialmente o fato da multiplicação dos pães,
como teria ele impressionado tão fracamente aqueles mesmos homens, a cujo
benefício essa multiplicação se operara poucos dias antes, ao ponto de
perguntarem a Jesus: “Que milagre farás para que, vendo-o, te creiamos? Que
farás de extraordinário?” Eles entendiam por milagres os prodígios que os
fariseus pediam, isto é, sinais que aparecessem no céu por ordem de Jesus, como
pela varinha de um mágico. Ora, o que Jesus fazia era extremamente simples e
não se afastava das leis da natureza; as próprias curas não revelavam caráter
muito singular, nem muito extraordinário. Para eles, os milagres espirituais
não apresentavam grande vulto.
A Gênese – Allan
Kardec.
EL PAN DEL CIELO
50. “Al día
siguiente, el pueblo, que había permanecido al otro lado del mar, notó que allí
no había más que una barca, y que Jesús no había entrado en la que tomaron sus
discípulos, sino que estos habían partido solos. Y como habían llegado después
otras barcas desde Tiberíades, cerca del lugar donde el Señor, después de la
acción de gracias, los había alimentado con cinco panes; y como vieron que
Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, entraron en aquellas barcas y
fueron hacia Cafarnaúm, en busca de Jesús. Y habiéndolo encontrado al otro lado
del mar, le dijeron: ‘Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?’
”Jesús les
respondió: ‘En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no por causa de
los milagros que visteis, sino porque yo os di de comer pan y quedasteis
saciados. Trabajad para que tengáis, no el alimento que perece, sino el que
dura para la vida eterna, y que el Hijo del hombre os dará, porque es a este a
quien Dios, el Padre, marcó con su sello y su carácter’.
”Le preguntaron
ellos: ‘¿Qué debemos hacer para producir obras de Dios?’ Jesús les respondió:
‘La obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado’.
”Le preguntaron
entonces: ‘¿Qué milagro producirás para que, al verlo, creamos en ti? ¿Qué
harás de extraordinario? Nuestros padres comieron el maná en el desierto,
conforme está escrito: Les dio de comer el pan del cielo’.
”Jesús les respondió:
‘En verdad, en verdad os digo: que Moisés no os dio el pan del cielo; mi Padre
es quien da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es aquel que
descendió del cielo y da vida al mundo’.
”Dijeron ellos
entonces: ‘Señor, danos siempre de ese pan’.
”Jesús les
respondió: ‘Yo soy el pan de la vida; aquel que viene a mí no tendrá hambre y
aquel que en mí cree no tendrá sed’. Pero ya os lo he dicho: vosotros me habéis
visto y no creéis’.
”En verdad, en
verdad os digo: aquel que cree en mí tiene la vida eterna. Yo soy el pan de la
vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Aquí está el
pan que descendió del cielo, a fin de que quien coma de él no muera.” (San
Juan, 6:22 a 36; 47 a 50.)
51. En el primer
pasaje, al recordar Jesús el hecho producido anteriormente, da a entender con
claridad que no se trataba de panes materiales; de lo contrario, no tendría
sentido la comparación que Él establece con la levadura de los fariseos:
“¿Todavía no comprendéis –dice Él–, y no recordáis que cinco panes alcanzaron
para cinco mil hombres, y que siete panes fueron suficientes para cuatro mil?
¿Cómo no comprendisteis que no era de pan que yo os hablaba, cuando os decía
que os preservaseis de la levadura de los fariseos?” En la hipótesis de una
multiplicación material, esta comparación no tendría ninguna razón de ser. El
hecho habría sido muy extraordinario en sí mismo y, como tal, debería haber
impresionado la imaginación de los discípulos que, sin embargo, parecían ya no
acordarse de él.
Es lo que
también resalta con la misma claridad del discurso que Jesús pronunció acerca
del pan del cielo, empeñado en hacer que sus oyentes comprendiesen el verdadero
sentido del alimento espiritual. “Trabajad –dijo Él–, no para conseguir el
alimento que perece, sino por el que se conserva para la vida eterna, el que el
Hijo del hombre os dará”. Ese alimento es su palabra, el pan que descendió del
cielo para dar vida al mundo. “Yo soy –dijo Él– el pan de vida; aquel que viene
a mí no tendrá hambre, y aquel que cree en mí jamás tendrá sed”.
Con todo, esas
distinciones eran demasiado sutiles para aquellas naturalezas rudas, que sólo
comprendían las cosas tangibles. Para ellos, el maná que había alimentado el
cuerpo de sus antepasados era el verdadero pan del cielo; allí residía el
milagro. Si, por lo tanto, el hecho de la multiplicación de los panes hubiese
ocurrido materialmente, ¿por qué habría impresionado tan poco a aquellos mismos
hombres, en cuyo provecho se había realizado pocos días antes esa
multiplicación, a tal punto que le preguntaran a Jesús: “Qué milagro harás,
para que al verlo te creamos? ¿Qué harás de extraordinario?” Sucede que ellos
entendían por milagros los prodigios que los fariseos pedían, es decir, señales
que apareciesen en el cielo por orden de Jesús, como por la varita de un mago.
Ahora bien, lo que Jesús hacía era muy simple y no se apartaba de las leyes
naturales. Las curaciones mismas no tenían un carácter anormal ni demasiado
extraordinario. Para ellos los milagros espirituales no representaban un hecho
especial.
EL GENESIS –
Allan Kardec.
La ĉiela pano
50. – La
sekvantan tagon, kiam la homamaso, kiu restis trans la maro, vidis, ke nenia ŝipeto
estas tie krom unu, kaj ke Jesuo ne eniris kun la disĉiploj en la ŝipon, sed la
disĉiploj solaj veturis – (venis tamen ŝipetoj el Tiberias proksime al la loko,
kie oni manĝis la panon, post kiam la Sinjoro donis dankon) – kiam do la
homamaso vidis, ke Jesuo ne estas tie, nek liaj disĉiploj, ili ankaŭ eniris la ŝipetojn
kaj veturis al Kapernaum, serĉante Jesuon. – Kaj trovinte lin trans la maro,
ili diris al li: Rabeno, kiam vi venis ĉi tien?
Jesuo respondis
al ili kaj diris: Vere, vere, mi diras al vi: Vi min serĉas, ne ĉar vi vidis signojn,
sed ĉar vi manĝis el la panoj kaj satiĝis. Laboru ne por la pereema nutraĵo,
sed por la nutraĵo, kiu restas gis eterna vivo, kiun la Filo de homo donos al
vi; ĉar lin Dio, la Patro, sigelis.
Ili do diris al
li: Kiel ni agu, por ke ni faru la farojn de Dio? – Jesuo respondis kaj diris
al ili: Jen la faro de Dio: kredi al tiu, kiun Li sendis.
Ili do diris al
li: Kian signon vi montras, por ke ni vidu kaj kredu al vi? kion vi faras? –
Niaj patroj manĝis la manaon en la dezerto, kiel estas skribite: Li donis al
ili ĉielan panon por manĝi.
Jesuo do diris
al ili: Vere, vere, mi diras al vi: Ne Moseo donis al vi tiun ĉielan panon; sed
mia Patro donas al vi la veran ĉielan panon. – ĉar la pano de Dio estas tiu,
kiu malsupreniras de la ĉielo kaj donas vivon al la mondo.
Ili do diris al
li: Sinjoro, ĉiam donu al ni tiun panon.
Jesuo diris al
ili: Mi estas la pano de vivo; kiu venas al mi, tiu neniam malsatos, kaj kiu
kredas al mi, tiu neniam soifos. – Sed mi diris al vi, ke vi min vidis, kaj
tamen vi ne kredas.
Vere, vere, mi
diras al vi: Kiu kredas, tiu havas vivon eternan. – Mi estas la pano de vivo. –
Viaj patroj manĝis la manaon en la dezerto, kaj mortis. – Jen la pano, kiu
malsupreniris de la ĉielo, por ke oni manĝu el ĝi kaj ne mortu. (Sankta Johano,
ĉap. VI, par. 22 ĝis 36 kaj 47 ĝis 50.)
51. – En la unua
loko, Jesuo, memorigante la antaŭe okazintan efikon, klare komprenigas, ke tute
ne temis pri materiala pano, ĉar alie al lia komparo kun la fermentaĵo de la Fariseoj
mankus objekto: “Ĉu vi ankoraŭ ne konscias, li diras, nek memoras, ke kvin
panoj sufiĉis por kvar mil homoj, kaj ke sep panoj sufiĉis por kvar mil homoj?
Kial vi ne komprenas, ke ne pri panoj mi diris al vi: Gardu vin kontraŭ la
fermentaĵo de la Fariseoj?” Tiu komparo havus nenian pravon de ekzisto en la
okazo de ia materiala multobligo. La fakto estintus sufiĉe eksterordinara por
forte impresi la imagon de liaj disĉiploj, kiuj tamen ŝajne ne plu ĝin memoris.
Tio ne malpli
klare elfluas el la parolado de Jesuo pri la ĉiela pano, per kiu li penas komprenigi
la veran sencon de la spirita nutraĵo. “Laboru, li diras, ne por la pereema nutraĵo,
sed por la nutraĵo, kiu restas ĝis eterna vivo, kiun la Filo de homo donos al
vi”. Tiu nutraĵo estas lia parolo, pano, kiu malsupreniris de la ĉielo kaj
donas vivon al la mondo. “Mi estas, li diras, la pano de vivo; kiu venas al mi,
tiu neniam malsatos, kaj kiu kredas al mi, tiu neniam soifos”.
Sed tiaj
distingoj estis tro subtilaj por tiuj krudnaturaj homoj, kiuj nur komprenis palpeblajn
aferojn. Por ili, la manao, kiu nutris la korpojn de iliaj prauloj, estis la
vera ĉiela pano; ja tie troviĝis la miraklo. Se do la multobligo de panoj materiale
okazis, kiel tiuj homoj, por kies bono ĝi fariĝis antaŭ kelke da tagoj, tre
malforte impresiĝis de ĝi en tia grado, ke ili demandis Jesuon: “Kian signon vi
montras, por ke ni vidu kaj kredu al vi? kion vi faras?” Ili komprenis, kiel
miraklojn, la miregindaĵojn petatajn de la Fariseoj, tio estas, signoj, kiuj laŭordone
aperus en la ĉielo, same kiel per magiista vergeto. Kion Jesuo faris, tio estis
tre simpla kaj ne troviĝis ekster la leĝoj de la Naturo; eĉ la resanigoj ne
havis tre strangan, nek tre eksterordinaran karakteron. Ne tre impresaj montriĝis
al ili la spiritaj mirakloj.
La Genezo –
Allan Kardec.
Resumo teórico do móvel das ações humanas / Riassunto teorico del movente delle azioni dell'uomo / Résumé théorique du mobile des actions de l'homme.
Resumo teórico do móvel das ações
humanas.
872. A questão
do livre-arbítrio se pode resumir assim: o homem não é fatalmente levado ao
mal; os atos que pratica não foram previamente determinados; os crimes que
comete não resultam de uma sentença do destino. Ele pode, por prova e por
expiação, escolher uma existência em que seja incitado ao crime, quer pelo meio
onde se ache colocado, quer pelas circunstâncias que sobrevenham, mas será
sempre livre de agir ou não agir. Assim, o livre-arbítrio existe para ele,
quando no estado de Espírito, ao fazer a escolha da existência e das provas e,
como encarnado, na faculdade de ceder ou de resistir aos arrastamentos a que
todos nos submetemos voluntariamente. Cabe à educação combater essas más
tendências. Ela terá êxito nesse combate quando se basear no estudo aprofundado
da natureza moral do homem. Pelo conhecimento das leis que regem essa natureza
moral, chegar-se-á a modificá-la, como se modifica a inteligência pela
instrução e o temperamento pela higiene.
Desprendido da
matéria e no estado de erraticidade, o Espírito procede à escolha de suas
futuras existências corporais, de acordo com o grau de perfeição a que haja
chegado e é nisso, como dissemos, que consiste sobretudo o seu livre-arbítrio.
Essa liberdade, a encarnação não a anula. Se ele cede à influência da matéria,
é que sucumbe nas provas que por si mesmo escolheu. Para ter quem o ajude a
vencê-las, concedido lhe é invocar a assistência de Deus e dos Espíritos bons.
(337.)
Sem o
livre-arbítrio o homem não teria nem culpa por praticar o mal, nem mérito em
praticar o bem. E isto a tal ponto está reconhecido que, no mundo, a censura ou
o elogio são feitos à intenção, isto é, à vontade. Ora, quem diz vontade diz
liberdade. Nenhuma desculpa poderá, portanto, o homem buscar, para os seus
delitos, na sua organização física, sem abdicar da razão e da sua condição de
ser humano, para se equiparar ao bruto. Se fora assim quanto ao mal, assim não
poderia deixar de ser relativamente ao bem. Mas quando o homem pratica o bem,
tem grande cuidado de averbar o fato à sua conta, como mérito, e não cogita de
por ele gratificar os seus órgãos, o que prova que, por instinto, não renuncia,
a despeito da opinião dos proponentes de certos sistemas filosóficos, ao mais
belo privilégio de sua espécie: a liberdade de pensar.
A fatalidade,
como vulgarmente é entendida, supõe a decisão prévia e irrevogável de todos os
sucessos da vida, qualquer que seja a importância deles. Se tal fosse a ordem
das coisas, o homem seria qual máquina sem vontade. De que lhe serviria a
inteligência, se estivesse invariavelmente dominado, em todos os seus atos,
pela força do destino? Semelhante doutrina, se verdadeira, conteria a
destruição de toda liberdade moral; já não haveria para o homem
responsabilidade, nem, por conseguinte, bem, nem mal, crimes ou virtudes. Não
seria possível que Deus, soberanamente justo, castigasse suas criaturas por
faltas cujo cometimento não dependera delas, nem que as recompensasse por
virtudes de que nenhum mérito teriam. Ademais, tal lei seria a negação da do
progresso, porquanto o homem, tudo esperando da sorte, nada tentaria para
melhorar a sua posição, visto que não conseguiria ser mais nem menos.
Contudo, a
fatalidade não é uma palavra vã. Existe na posição que o homem ocupa na Terra e
nas funções que aí desempenha, em consequência do gênero de vida que seu
Espírito escolheu como prova, expiação ou missão. Ele sofre fatalmente todas as
vicissitudes dessa existência e todas as tendências boas ou más que lhe são
inerentes. Aí, porém, acaba a fatalidade, pois da sua vontade depende ceder ou
não a essas tendências. Os pormenores dos acontecimentos, esses ficam
subordinados às circunstâncias que ele próprio cria pelos seus atos, sendo que
nessas circunstâncias podem os Espíritos influir pelos pensamentos que sugiram.
(459.)
A fatalidade,
portanto, está nos acontecimentos que se apresentam, por serem estes
consequência da escolha que o Espírito fez da sua existência de homem. Pode
deixar de haver fatalidade no resultado de tais acontecimentos, visto ser
possível ao homem, pela sua prudência, modificar-lhes o curso. Nunca há
fatalidade nos atos da vida moral.
Na morte é que o
homem se acha submetido, em absoluto, à inexorável lei da fatalidade, pois não
pode escapar à sentença que lhe marca o termo da existência, nem ao gênero de
morte que haja de cortar a esta o fio.
Segundo a
doutrina vulgar, de si mesmo tiraria o homem todos os seus instintos que,
então, proviriam, ou da sua organização física, pela qual nenhuma
responsabilidade lhe toca, ou da sua própria natureza, caso em que lícito lhe
seria procurar desculpar-se consigo mesmo, dizendo não lhe pertencer a culpa de
ser feito como é. Muito mais moral se mostra, indiscutivelmente, a doutrina
espírita. Ela admite no homem o livre-arbítrio em toda a sua plenitude e, se
lhe diz que, praticando o mal, ele cede a uma sugestão estranha e má, em nada
lhe diminui a responsabilidade, pois lhe reconhece o poder de resistir, o que
evidentemente lhe é muito mais fácil do que lutar contra a sua própria
natureza. Assim, de acordo com a doutrina espírita, não há arrastamento
irresistível: o homem pode sempre cerrar ouvidos à voz oculta que lhe fala no
íntimo, induzindo-o ao mal, como pode cerrá-los à voz material daquele que lhe
fale ostensivamente. Pode-o pela ação da sua vontade, pedindo a Deus a força
necessária e reclamando, para tal fim, a assistência dos Espíritos bons. Foi o
que Jesus nos ensinou por meio da sublime prece que é a Oração Dominical,
quando manda que digamos: “Não nos deixes sucumbir à tentação, mas livra-nos do
mal.”
Essa teoria da
causa determinante dos nossos atos ressalta com evidência de todo o ensino dado
pelos Espíritos. Não só é sublime de moralidade, mas também, acrescentaremos,
eleva o homem aos seus próprios olhos. Mostra-o livre de subtrair-se a um jugo
obsessor, como livre é de fechar sua casa aos importunos. Ele deixa de ser
simples máquina, atuando por efeito de uma impulsão independente da sua
vontade, para ser um ente racional, que ouve, julga e escolhe livremente de
dois conselhos um. Aditemos que, apesar disto, o homem não se acha privado de
iniciativa, não deixa de agir por impulso próprio, pois que, em definitivo, ele
é apenas um Espírito encarnado que conserva, sob o envoltório corporal, as
qualidades e os defeitos que tinha como Espírito. Conseguintemente, as faltas
que cometemos têm por fonte primária a imperfeição do nosso próprio Espírito,
que ainda não conquistou a superioridade moral que um dia alcançará, mas que,
nem por isso, carece de livre-arbítrio. A vida corpórea lhe é dada para se
expungir de suas imperfeições, mediante as provas por que passa, imperfeições
que, precisamente, o tornam mais fraco e mais acessível às sugestões de outros
Espíritos imperfeitos, que delas se aproveitam para tentar fazê-lo sucumbir na
luta em que se empenhou. Se dessa luta sai vencedor ele se eleva; se fracassa,
permanece o que era, nem pior, nem melhor. Será uma prova que lhe cumpre
recomeçar, podendo suceder que longo tempo gaste nessa alternativa. Quanto mais
se depura, tanto mais diminuem os seus pontos fracos e tanto menos acesso
oferece aos que procurem atraí-lo para o mal. Na razão de sua elevação,
cresce-lhe a força moral, fazendo que dele se afastem os maus Espíritos.
Todos os
Espíritos, mais ou menos bons, quando encarnados, constituem a espécie humana,
e, como o nosso mundo é um dos menos adiantados, nele se conta maior número de
Espíritos maus do que de bons. Tal a razão por que aí vemos tanta perversidade.
Façamos, pois, todos os esforços para a este planeta não voltarmos, após a
presente estada, e para merecermos ir repousar em mundo melhor, em um desses
mundos privilegiados onde o bem reina sem mescla, e onde não nos lembraremos da
nossa passagem por aqui, senão como de um exílio temporário.
O Livro dos
Espíritos – Allan Kardec.
Riassunto
teorico del movente delle azioni dell'uomo
872. La
questione del libero arbitrio può riassumersi come segue.
L'uomo non è
affatto portato fatalmente al male. Le azioni che compie non sono affatto
scritte in precedenza, e i crimini che commette non avvengono affatto a causa
di una sentenza del destino. L'uomo può, come prova e come espiazione,
scegliere un'esistenza in cui avrà degli impulsi criminali, sia a causa
dell'ambiente sociale in cui si trova, sia a causa delle circostanze che si
verificano, ma e sempre libero di agire o di non agire. Pertanto il libero
arbitrio esiste: allo stato di Spirito, nella scelta dell'esistenza e delle
prove; allo stato fisico, nella facoltà di cedere o di opporsi agli impulsi ai
quali ci siamo volontariamente sottoposti. È l'educazione che deve combattere
queste cattive tendenze. Essa lo farà utilmente quando sarà basata sullo studio
approfondito della natura morale dell'uomo. Attraverso la conoscenza delle
leggi che reggono questa natura morale, si arriverà a modificarla, così come si
modifica l'intelligenza attraverso l'istruzione, e il temperamento attraverso
l'igiene.
Lo Spirito,
liberato della materia e in stato errante, fauna scelta delle sue esistenze
corporee future secondo il grado di perfezione al quale e pervenuto, ed e in
ciò, come abbiamo già detto, che consiste soprattutto il suo libero arbitrio.
Questa libertà non viene assolutamente annullata dall'incarnazione. Se l'uomo
cede all'influenza della materia, vuol dire che soccombe alle prove stesse che
ha scelto. È per essere aiutato a superarle che può invocare l'assistenza di
Dio e dei buoni Spiriti. (Vedere n. 337)
Senza il libero
arbitrio, l'uomo non avrebbe ne demerito nel male, né merito nel bene. E ciò è
talmente evidente che nel nostro mondo il biasimo o l'elogio si mettono sempre
in relazione all'intenzione, ossia alla volontà. Pertanto, chi dice volontà
dice libertà. L'uomo non potrebbe dunque cercare una scusa ai suoi misfatti nel
suo organismo, senza rinnegare la sua ragione e la sua condizione di essere
umano, rendendosi quindi simile al bruto. Se così fosse per il male,
altrettanto dovrebbe esserlo per il bene. Però, quando l'uomo fa del bene, si
preoccupa molto di farsene un merito, e si guarda bene dal gratificarne i suoi
organi, la qual cosa dimostra che istintivamente egli non rinuncia mai,
nonostante le congetture di qualche scienza sistematica, al più bello dei
privilegi della sua specie: la libertà di pensiero.
La fatalità,
così come la s'intende generalmente, suppone la determinazione presciente e
irrevocabile di tutti gli avvenimenti della vita, qualunque sia la loro
importanza. Se tale fosse l'ordine delle cose, l'uomo sarebbe una macchina
senza volontà. A che cosa gli servirebbe la sua intelligenza, dal momento che
sarebbe costantemente dominato in tutti i suoi atti dalla forza del destino?
Una tale dottrina, se fosse vera, sarebbe l'annullamento di ogni libertà
morale. Non ci sarebbe più per l'uomo alcuna responsabilità e, di conseguenza,
non ci sarebbero né bene né male né crimini né virtù. Dio, sovranamente giusto,
non potrebbe castigare una sua creatura per degli errori che non sarebbe dipeso
da lei commettere o non commettere, ne potrebbe ricompensarla per delle virtù
di cui non avrebbe alcun merito. Una tale legge sarebbe inoltre la negazione
della legge del progresso, perché l'uomo che si attendesse tutto dalla sorte
non tenterebbe minimamente di migliorare la sua posizione, dal momento che non
potrebbe cambiarla né in meglio né in peggio.
Però la fatalità
non è una parola vana. Essa esiste nella posizione che l'uomo occupa sulla
Terra e nelle funzioni che vi compie, in conseguenza del genere di esistenza
scelto dal suo Spirito come prova, espiazione o missione. Egli subisce
fatalmente tutte le vicissitudini di questa esistenza e tutte le tendenze buone
o cattive a essa inerenti. Ma lì si ferma la fatalità, perché dipende dalla
volontà dell'uomo cedere o non cedere a queste tendenze. Il dettaglio degli avvenimenti
è subordinato alle circostanze che provoca lui stesso con le sue azioni, e
sulle quali gli Spiriti possono influire attraverso i pensieri che gli
suggeriscono. (Vedere n. 459)
La fatalista sta
dunque negli avvenimenti che si presentano, perché essi sono la conseguenza
della scelta dell'esistenza fatta dallo Spirito. Può non esserci nell'esito di
questi avvenimenti, perché può dipendere dall'uomo modificarne il corso con la
sua prudenza. Non c'è mai fatalità negli atti della vita morale.
È nella morte
che l'uomo e sottomesso, in modo assoluto, all'inesorabile legge della
fatalità. Egli infatti non può sottrarsi alla sentenza che fissa il termine
della sua esistenza, né al genere di morte che deve interrompere il corso della
sua vita.
Secondo la dottrina
volgare, l'uomo attingerebbe tutti i suoi istinti in sé stesso. Essi
procederebbero sia dal suo organismo, — e pertanto non ne sarebbe responsabile
— sia dalla sua stessa natura, nella quale può cercare una giustificazione ai
suoi stessi occhi, asserendo che non è colpa sua s e è fatto così. La Dottrina
Spiritista e in modo evidente più morale. Essa ammette nell'uomo il libero
arbitrio in tutta la sua completezza. E dicendogli che, se commette il male
cede a una cattiva ed estranea suggestione, gliene lascia tutta la
responsabilità, poiché gli riconosce il potere di resistere, cosa evidentemente
più facile che se dovesse lottare contro la sua stessa natura. Così, secondo la
Dottrina Spiritista, non ci sono impulsi irrefrenabili: l'uomo può sempre chiudere
le orecchie alla voce occulta che nel suo intimo lo sollecita al male, come può
chiuderle alla voce materiale di qualcuno che gli parla. Lo può fare di sua
volontà, domandando a Dio la forza necessaria e chiedendo a questo scopo
l'assistenza dei buoni Spiriti. È ciò che Gesù ci insegna nella sublime
Orazione domenicale, quando ci fa dire: «Non c'indurre in tentazione, ma
liberaci dal male.»
Questa teoria
della causa determinante dei nostri atti risulta evidente da tutto
l'insegnamento dato dagli Spiriti. Non solo essa è sublime in quanto a
moralità, ma aggiungeremo ch'essa rivela l'uomo ai suoi stessi occhi; lo mostra
libero di scuotere un giogo che lo ossessiona, così come è libero di chiudere
la sua casa agli importuni. Non è più una macchina che agisce per un impulso
indipendente dalla sua volontà, e un essere dotato di ragione, che ascolta,
giudica e sceglie liberamente fra due partiti. Aggiungiamo ancora che, malgrado
ciò, l'uomo non è affatto privato della sua iniziativa, non cessa di agire secondo
i suoi impulsi, perché in definitiva non è che uno Spirito incarnato, il quale
conserva, sotto l'involucro del corpo, le qualità e i difetti che aveva come
Spirito. Gli errori che commettiamo hanno dunque la loro origine primitiva
nell'imperfezione del nostro stesso Spirito, che non ha ancora raggiunto la
superiorità morale che avrà un giorno, ma che non per questo il suo libero
arbitrio ha dei limiti. La vita fisica gli viene data per purificarsi delle sue
imperfezioni attraverso le prove che subisce, e sono precisamente queste
imperfezioni che lo rendono più debole e più accessibile alle suggestioni degli
Spiriti imperfetti. Costoro, a loro volta, ne approfittano per cercare di farlo
soccombere nella lotta che egli ha intrapreso. Se esce vincitore da questa
battaglia, si eleva. Se soccombe, rimane quello che era, ne peggiore, ne
migliore: è una prova che dovrà essere ricominciata e che potrà così durare a
lungo. Più si purifica, più i suoi lati deboli diminuiscono e meno dà adito a
chi lo sollecita al male. La sua forza morale cresce in ragione della sua
elevatezza, e i cattivi Spiriti si allontanano da lui.
Tutti gli
Spiriti più o meno buoni, quando si incarnano, costituiscono la specie umana.
Poiché la nostra Terra e uno dei mondi meno avanzati, in essa si trovano più
Spiriti cattivi che Spiriti buoni. Ecco perché qui vediamo tante perversioni.
Compiamo dunque tutti i nostri sforzi per non ritornarci dopo questa stazione,
e per meritarci di andare a riposare in un mondo migliore, in uno di quei mondi
privilegiati dove il bene regna assoluto, e dove ci ricorderemo del nostro
passaggio su questa Terra solo come di un tempo d'esilio.
IL LIBRO DEGLI
SPIRITI – Allan Kardec.
Résumé théorique
du mobile des actions de l'homme
872. La question
du libre arbitre peut se résumer ainsi : L'homme n'est point fatalement conduit
au mal ; les actes qu'il accomplit ne sont point écrits d'avance ; les crimes
qu'il commet ne sont point le fait d'un arrêt du destin. Il peut, comme épreuve
et comme expiation, choisir une existence où il aura les entraînements du
crime, soit par le milieu où il se trouve placé, soit par des circonstances qui
surviennent, mais il est toujours libre d'agir ou de ne pas agir. Ainsi le
libre arbitre existe à l'état d'Esprit dans le choix de l'existence et des
épreuves, et à l'état corporel dans la faculté de céder ou de résister aux
entraînements auxquels nous nous sommes volontairement soumis. C'est à
l'éducation à combattre ces mauvaises tendances ; elle le fera utilement quand
elle sera basée sur l'étude approfondie de la nature morale de l'homme. Par la
connaissance des lois qui régissent cette nature morale, on parviendra à la
modifier, comme on modifie l'intelligence par l'instruction et le tempérament
par l'hygiène.
L'Esprit dégagé
de la matière, et à l'état errant, fait choix de ses existences corporelles
futures selon le degré de perfection auquel il est arrivé, et c'est en cela,
comme nous l'avons dit, que consiste surtout son libre arbitre. Cette liberté
n'est point annulée par l'incarnation ; s'il cède à l'influence de la matière,
c'est qu'il succombe sous les épreuves mêmes qu'il a choisies, et c'est pour
l'aider à les surmonter qu'il peut invoquer l'assistance de Dieu et des bons
Esprits. (337).
Sans le libre
arbitre l'homme n'a ni tort dans le mal, ni mérite dans le bien ; et cela est
tellement reconnu que, dans le monde, on proportionne toujours le blâme ou
l'éloge à l'intention, c'est-à-dire à la volonté ; or, qui dit volonté dit
liberté. L'homme ne saurait donc chercher une excuse de ses méfaits dans son
organisation, sans abdiquer sa raison et sa condition d'être humain, pour
s'assimiler à la brute. S'il en était ainsi pour le mal, il en serait de même
pour le bien ; mais quand l'homme fait le bien, il a grand soin de s'en faire
un mérite, et n'a garde d'en gratifier ses organes, ce qui prouve
qu'instinctivement il ne renonce pas, malgré l'opinion de quelques
systématiques, au plus beau privilège de son espèce : la liberté de penser.
La fatalité,
telle qu'on l'entend vulgairement, suppose la décision préalable et irrévocable
de tous les événements de la vie, quelle qu'en soit l'importance. Si tel était
l'ordre des choses, l'homme serait une machine sans volonté. A quoi lui
servirait son intelligence, puisqu'il serait invariablement dominé dans tous
ses actes par la puissance du destin ? Une telle doctrine, si elle était vraie,
serait la destruction de toute liberté morale ; il n'y aurait plus pour l'homme
de responsabilité, et par conséquent ni bien, ni mal, ni crimes, ni vertus.
Dieu, souverainement juste, ne pourrait châtier sa créature pour des fautes
qu'il n'aurait pas dépendu d'elle de ne pas commettre, ni la récompenser pour
des vertus dont elle n'aurait pas le mérite. Une pareille loi serait en outre
la négation de la loi du progrès, car l'homme qui attendrait tout du sort ne
tenterait rien pour améliorer sa position, puisqu'il n'en serait ni plus ni
moins.
La fatalité
n'est pourtant pas un vain mot ; elle existe dans la position que l'homme
occupe sur la terre et dans les fonctions qu'il y remplit, par suite du genre
d'existence dont son Esprit a fait choix, comme épreuve, expiation ou mission ;
il subit fatalement toutes les vicissitudes de cette existence, et toutes les
tendances bonnes ou mauvaises qui y sont inhérentes ; mais là s'arrête la
fatalité, car il dépend de sa volonté de céder ou non à ces tendances. Le
détail des événements est subordonné aux circonstances qu'il provoque lui-même
par ses actes, et sur lesquelles peuvent influer les Esprits par les pensées
qu'ils lui suggèrent. (459).
La fatalité est
donc dans les événements qui se présentent, puisqu'ils sont la conséquence du
choix de l'existence fait par l'Esprit ; elle peut ne pas être dans le résultat
de ces événements, puisqu'il peut dépendre de l'homme d'en modifier le cours
par sa prudence ; elle n'est jamais dans les actes de la vie morale.
C'est dans la
mort que l'homme est soumis d'une manière absolue à l'inexorable loi de la
fatalité ; car il ne peut échapper à l'arrêt qui fixe le terme de son existence,
ni au genre de mort qui doit en interrompre le cours.
Selon la
doctrine vulgaire, l'homme puiserait tous ses instincts en lui-même ; ils
proviendraient, soit de son organisation physique dont il ne saurait être
responsable, soit de sa propre nature dans laquelle il peut chercher une excuse
à ses propres yeux, en disant que ce n'est pas sa faute s'il est ainsi fait. La
doctrine spirite est évidemment plus morale : elle admet chez l'homme le libre
arbitre dans toute sa plénitude ; et en lui disant que s'il fait mal, il cède à
une mauvaise suggestion étrangère, elle lui en laisse toute la responsabilité,
puisqu'elle lui reconnaît le pouvoir de résister, chose évidemment plus facile
que s'il avait à lutter contre sa propre nature. Ainsi, selon la doctrine
spirite, il n'y a pas d'entraînement irrésistible : l'homme peut toujours
fermer l'oreille à la voix occulte qui le sollicite au mal dans son for
intérieur, comme il peut la fermer à la voix matérielle de celui qui lui parle
; il le peut par sa volonté, en demandant à Dieu la force nécessaire, et en
réclamant à cet effet l'assistance des bons Esprits. C'est ce que Jésus nous
apprend dans la sublime prière de l'Oraison dominicale, quand il nous fait dire
: « Ne nous laissez pas succomber à la tentation, mais délivrez-nous du mal. »
Cette théorie de
la cause excitante de nos actes ressort évidemment de tout l'enseignement donné
par les Esprits ; non seulement elle est sublime de moralité, mais nous
ajouterons qu'elle relève l'homme à ses propres yeux ; elle le montre libre de
secouer un joug obsesseur, comme il est libre de fermer sa maison aux importuns
; ce n'est plus une machine agissant par une impulsion indépendante de sa
volonté, c'est un être de raison, qui écoute, qui juge et qui choisit librement
entre deux conseils. Ajoutons que, malgré cela, l'homme n'est point privé de
son initiative ; il n'en agit pas moins de son propre mouvement, puisqu'en
définitive il n'est qu'un Esprit incarné qui conserve, sous l'enveloppe
corporelle, les qualités et les défauts qu'il avait comme Esprit. Les fautes
que nous commettons ont donc leur source première dans l'imperfection de notre
propre Esprit, qui n'a pas encore atteint la supériorité morale qu'il aura un
jour, mais qui n'en a pas moins son libre arbitre ; la vie corporelle lui est
donnée pour se purger de ses imperfections par les épreuves qu'il y subit, et
ce sont précisément ces imperfections qui le rendent plus faible et plus
accessible aux suggestions des autres Esprits imparfaits, qui en profitent pour
tâcher de le faire succomber dans la lutte qu'il a entreprise. S'il sort
vainqueur de cette lutte, il s'élève ; s'il échoue, il reste ce qu'il était, ni
plus mauvais, ni meilleur : c'est une épreuve à recommencer, et cela peut durer
longtemps ainsi. Plus il s'épure, plus ses côtés faibles diminuent, et moins il
donne de prise à ceux qui le sollicitent au mal ; sa force morale croît en
raison de son élévation, et les mauvais Esprits s'éloignent de lui.
Tous les
Esprits, plus ou moins bons, alors qu'ils sont incarnés, constituent l'espèce
humaine ; et, comme notre terre est un des mondes les moins avancés, il s'y
trouve plus de mauvais Esprits que de bons, voilà pourquoi nous y voyons tant
de perversité. Faisons donc tous nos efforts pour n'y pas revenir après cette
station, et pour mériter d'aller nous reposer dans un monde meilleur, dans un
de ces mondes privilégiés où le bien règne sans partage, et où nous ne nous
souviendrons de notre passage ici-bas que comme d'un temps d'exil.
LE LIVRE DES ESPRITS – Allan Kardec.
sábado, 27 de janeiro de 2024
Auto-Estima - Brahma Kumaris.
Se um dia alguém fizer com que se quebre
a visão bonita que você tem de si,
com muita paciência e amor reconstrua-a.
Assim como o artesão
recupera a sua peça mais valiosa que
caiu no chão,
sem duvidar de que aquela é a tarefa
mais importante,
você é a sua criação mais valiosa.
Não olhe para trás.
Não olhe para os lados.
Olhe somente para dentro,
para bem dentro de você
e faça dali o seu lugar de descanso,
conforto e recomposição.
Crie este universo agradável para si.
O mundo agradecerá o seu trabalho.
Quando aprendemos a ser despreocupados
ficamos desapegados dos problemas e naturalmente felizes. Ao criarmos o hábito
de pensar apenas o que é necessário, haverá uma grande economia de pensamentos
e energia. Por outro lado, se o nosso tempo é perdido em pensamentos inúteis, o
intelecto torna-se fraco e cansado. Assim como as preocupações inibem e ocultam
os nossos talentos, a calma na mente inspira e desenvolve a criatividade. - Brahma
Kumaris.
O fermento dos fariseus e dos saduceus / THE YEAST OF THE PHARISEES AND SADDUCEES / La fermentaĵo de la Fariseoj kaj Sadukeoj.
O fermento dos fariseus e dos saduceus.
49. Ora, tendo
seus discípulos passado para o outro lado do mar, esqueceram-se de levar pães.
— Jesus lhes disse: Tende o cuidado de precatar-vos do fermento dos fariseus e
dos saduceus. — Eles, porém, pensavam e diziam entre si: É porque não trouxemos
pães. — Jesus, conhecendo-lhes os pensamentos, disse: Homens de pouca fé, por
que haveis de estar cogitando de não terdes trazido pães? Ainda não
compreendeis e não vos lembrais quantos cestos levastes? — Como não
compreendereis que não é do pão que eu vos falava, quando disse que vos
guardásseis do fermento dos fariseus e saduceus? — Eles então compreenderam que
ele não lhes dissera que se preservassem do fermento que se põe no pão, mas da
doutrina dos fariseus e dos saduceus. (S. Mateus, 16:5–12.)
A Gênese – Allan
Kardec.
THE YEAST OF THE
PHARISEES AND SADDUCEES
49. When they
went across the lake, the disciples forgot to take bread. “Be careful,” Jesus
said to them. “Be on your guard against the yeast of the Pharisees and
Sadducees.” They discussed this among themselves and said, “It is because we
didn’t bring any bread.” Aware of their discussion, Jesus asked, “You of little
faith, why are you talking among yourselves about having no bread? Do you still
not understand? Don’t you remember the five loaves for the five thousand, and
how many basketfuls you gathered? Or the seven loaves for the four thousand,
and how many basketfuls you gathered? How is it you don’t understand that I was
not talking to you about bread? But be on your guard against the yeast of the
Pharisees and Sadducees.” Then they understood that he was not telling them to
guard against the yeast used in bread, but against the teaching of the
Pharisees and Sadducees. (Matthew, 16: 5 to 12).
Genesis – Allan Kardec.
La fermentaĵo de
la Fariseoj kaj Sadukeoj.
49. – Kaj la
disĉiploj, transirinte al la alia bordo, forgesis preni panojn. – Sed Jesuo
diris al ili: Zorgu, kaj gardu vin kontraŭ la fermentaĵo de la Fariseoj kaj
Sadukeoj. – Kaj ili diskutis inter si, dirante: ĉar ni ne prenis panojn.
Sed Jesuo,
eksciante tion, diris: Kial vi diskutas inter vi, ho malgrandfiduloj, pro tio,
ke vi ne prenis panojn? – ĉu vi ankoraŭ ne konscias, nek memoras la kvin panojn
de la kvin mil, kaj kiom da korboj vi kolektis? – Nek la sep panojn de la kvar
mil, kaj kiom da korbegoj vi kolektis? – Kial vi ne komprenas, ke ne pri panoj
mi diris al vi: Gardu vin kontraŭ la fermentaĵo de la Fariseoj kaj Sadukeoj?
Tiam ili
ekkomprenis, ke li admonis ilin sin gardi ne kontraŭ la fermentaĵo de panoj,
sed kontraŭ la instruado de la Fariseoj kaj Sadukeoj. - (Sankta Mateo, ĉap.
XVI, par. 5 ĝis 12.)
La Genezo –
Allan Kardec.
domingo, 21 de janeiro de 2024
Conhecimento do futuro / Foreknowledge of the Future / KONADO DE LA ESTONTECO.
Conhecimento do futuro.
868. Pode o
futuro ser revelado ao homem?
“Em princípio, o
futuro lhe é oculto e só em casos raros e excepcionais permite Deus que seja
revelado.”
869. Com que fim
o futuro se conserva oculto ao homem?
“Se o homem
conhecesse o futuro, negligenciaria do presente e não obraria com a liberdade
com que o faz, porque o dominaria a ideia de que, se uma coisa tem que
acontecer, inútil será ocupar-se com ela, ou então procuraria obstar a que
acontecesse. Não quis Deus que assim fosse, a fim de que cada um concorra para
a realização das coisas, até daquelas a que desejaria opor-se. Assim é que
muitas vezes tu mesmo preparas, sem disso te dares conta, os acontecimentos que
hão de sobrevir no curso da tua existência.”
870. Se convém
que o futuro permaneça oculto, por que permite Deus que seja revelado algumas
vezes?
“Permite-o,
quando o conhecimento prévio do futuro facilite a execução de uma coisa, em vez
de a estorvar, induzindo o homem a agir diversamente do modo pelo qual agiria,
se lhe não fosse feita a revelação. Não raro, também é uma prova. A perspectiva
de um acontecimento pode sugerir pensamentos mais ou menos bons. Se um homem
vem a saber, por exemplo, que vai receber uma herança, com que não conta, pode dar-se
que a revelação desse fato desperte nele o sentimento da cobiça, pela
perspectiva de se lhe tornarem possíveis maiores gozos terrenos, pela ânsia de
possuir mais depressa a herança, desejando talvez, para que tal se dê, a morte
daquele de quem herdará. Ou, então, essa perspectiva lhe inspirará bons
sentimentos e pensamentos generosos. Se a predição não se cumpre, aí está outra
prova, a da maneira por que suportará a decepção. Nem por isso, entretanto, lhe
caberá menos o mérito ou o demérito dos pensamentos bons ou maus que a crença
na ocorrência daquele fato lhe fez nascer no íntimo.”
871. Pois que
Deus tudo sabe, não ignora se um homem sucumbirá ou não em determinada prova.
Assim sendo, qual a necessidade dessa prova, uma vez que nada acrescentará ao
que Deus já sabe a respeito desse homem?
“Isso equivale a
perguntar por que não criou Deus o homem perfeito e acabado (119); por que
passa o homem pela infância, antes de chegar à condição de adulto (379).
A prova não tem por fim dar a Deus esclarecimentos sobre o homem, pois que Deus sabe perfeitamente o que ele vale, mas dar ao homem toda a responsabilidade de sua ação, uma vez que tem a liberdade de fazer ou não fazer. Dotado da faculdade de escolher entre o bem e o mal, a prova tem por efeito pô-lo em luta com as tentações do mal e conferir-lhe todo o mérito da resistência. Ora, conquanto saiba de antemão se ele se sairá bem ou não, Deus não o pode, em sua justiça, punir, nem recompensar, por um ato ainda não praticado.” (258.)
Assim sucede
entre os homens. Por muito capaz que seja um estudante, por grande que seja a
certeza que se tenha de que alcançará bom êxito, ninguém lhe confere grau algum
sem exame, isto é, sem prova. Do mesmo modo, o juiz não condena um acusado,
senão com fundamento num ato consumado e não na previsão de que ele possa ou
deva consumar esse ato.
Quanto mais se
reflete nas consequências que teria para o homem o conhecimento do futuro,
melhor se vê quanto foi sábia a Providência em lho ocultar. A certeza de um
acontecimento venturoso o lançaria na inação. A de um acontecimento infeliz o
encheria de desânimo. Em ambos os casos suas forças ficariam paralisadas. Daí o
não lhe ser mostrado o futuro, senão como meta que lhe cumpre atingir por seus
esforços, mas ignorando os trâmites por que terá de passar para alcançá-la. O
conhecimento de todos os incidentes da jornada lhe tolheria a iniciativa e o
uso do livre-arbítrio. Ele se deixaria resvalar pelo declive fatal dos
acontecimentos sem exercer suas faculdades. Quando a realização de uma coisa
está assegurada, ninguém mais com ela se preocupa.
O Livro dos
Espíritos – Allan Kardec.
Foreknowledge of
the Future
868. Can the
future be revealed to human beings?
“As a rule, the
future is hidden from them. It is only in rare and exceptional cases that God
permits it to be revealed.”
869. Why is the
future hidden from human beings?
“If they knew
the future, they would ignore the present and would not act with the same
freedom. They would be swayed by the thought that, if a specific event is to
happen, there is no need to worry about it, or they would seek to prevent it.
God did not want it to be this way, so that all people would contribute in the
accomplishment of God’s designs, even those designs they would want to prevent.
Therefore, you often prepare the way for the events that occur over the course
of your lifetime, without even being aware of it.”
870. Since there
is a practical reason why the future is hidden, why does God sometimes permit
it to be revealed?
“Because in such
cases this foreknowledge facilitates the accomplishment of what is to be,
rather than hinder it, by making the persons to whom it is revealed act in a
different manner than they would otherwise act. In addition, it is often a
trial. The prospect of an event may awaken more or less honorable thoughts. For
example, if individuals learn that they will receive an inheritance that they
had not expected, they may be tempted by greed, by elation at the prospect of
increasing their worldly pleasures, or by a desire for the death of their
benefactor, so that they may obtain it sooner. On the other hand, this prospect
may awaken good and generous thoughts in them. If the prediction is not
fulfilled, it is a test of how they bear disappointment. They acquire the merit
or reproach of the good or bad thoughts they have by their expectation of the
event anticipated.”
871. God knows
everything, including whether people will succeed or fail in a given trial.
What is the purpose of this trial, since it shows God nothing that is not
already known about those individuals? “You might as well ask why God did not
create humans perfect (see no. 119), or why human beings have to experience
childhood before arriving at adulthood (see no. 379). The purpose of a trial is
not to enlighten God regarding the merit of humankind. God knows exactly what
they are worth, but to make human beings fully accountable for their behavior
since they have free will. People are free to choose between good and bad, and
trials serve to tempt them or prove their resistance, leaving them all the
merit for resisting it. Even though God knows well in advance whether they will
succeed or not, out of divine justice God cannot reward or punish them other
than according to the actions they have committed.” (See no. 258)
The same
principle exists in the world of human beings. Regardless of the qualifications
of a given group of candidates or our confidence in their success, no grade can
be granted until the proper test has been passed. This is the same as with a
judge who can condemns only accused individuals for the crimes they have
actually committed, and not on the presumption that they could or would commit
a crime.
The more we
reflect on the consequences that would result from our knowledge of the future,
the more clearly we see God’s Divine wisdom in hiding it from us. The certainty
of good fortune in the future would make us lazy, while future despair would
plunge us into depression or discouragement. In both cases, our activities are
paralyzed. This is why the future is shown to human beings only as a goal that
they must reach through their own effort, without knowing the sequence of
events that they will experience in attaining it. The foreknowledge of all the
events of their respective journeys would deprive them of their initiative and
the use of their free will. They would submissively allow themselves to be led
by the circumstances, without any exercise of their faculties. When the success
of something is certain, we no longer worry about it.
The Spirits’
Book – Allan Kardec.
KONADO DE LA
ESTONTECO
868. Ĉu la estonteco
povas esti malkaŝita al la homo?
“Kiel principo,
la estonteco estas kaŝita al la homo, kaj nur en maloftaj, esceptaj okazoj Dio
permesas, ke gi estu malkaŝita.”
869. Kial la
estonteco estas kaŝita al la homo?
“Se la homo konus sian estontecon, li ne
atentus la nunecon kaj ne kondutus kun sama libereco; ĉar li estus posedita de
la ideo, ke, se io devas okazi, li ne bezonas sin okupi pri ĝi, aŭ li penus ĝin
deturni. Dio ne volis, ke tiel estu, por ke ĉiu kunlaboru por la plenumo de la aferoj,
eĉ de tiuj, kiujn la homo volus kontraŭstari: tial, vi mem, ofte senkonscie, preparas
la okazojn, fariĝantaj dum la irado de via vivo.”
870. Ĉar estas
utile, ke la estonteco estas nekonata, kial Dio iafoje permesas ĝian malkaŝon?
“Tio fariĝas,
kiam tiu antaŭa konigo devas plifaciligi, anstataŭ kontraŭi, la plenumon de iu
afero, per tio, ke ĝi instigas agi en alia maniero, ol kiel oni agus sen tiu malkaŝo.
Krome, ĉi tio ofte estas provo. La perspektivo de iu okazo povas elveki pli aŭ
malpli bonajn pensojn; se iu homo scios, ekzemple, ke li estas ricevonta heredaĵon,
je kiu li ne kalkulis, eble la sento de ambicio, la ĝojo pliigi siajn surterajn
ĝuojn, la sopiro ekposedi pli frue, lin kondukos al la deziro, ke mortu la
persono, kiu postlasos al li sian riĉecon; aŭ, ankoraŭ, tiu perspektivo naskos
en li bonajn sentojn kaj noblanimajn pensojn.
Se la antaŭdiro
ne efektiviĝas, tio estas ankoraŭ provo, tio estas, provo pri la maniero, kiel
li eltenos sian elreviĝon; sed, ĉiuokaze, li ja ricevos la premion aŭ la punon de
la bonaj aŭ malbonaj pensoj, kiujn naskis en li la kredo je tiu fakto.”
871. Ĉar Dio
scias ĉion, tial Li devas scii, ĉu iu homo fiaskos aŭ ne ĉe iu provo; kial do
tiu provo estas necesa, se ĝi sciigas al Dio nenion, kion Li ne scias pri tiu
homo?
“Tio estus kiel
demandi, kial Dio ne kreis la homon perfekta kaj kompleta (119) ; kial la homo
travivas infanecon, antaŭ ol atingi maturecon (379). La provo ne celas sciigi
Dion pri la merito de tiu homo, ĉar Dio perfekte scias lian valoron; sed ŝarĝi
tiun homon per la tuta respondeco por sia agado, ĉar la homo povas libere agi
tiel aŭ tiel alie. Ĉar la homo elektas mem inter bono kaj malbono, tial la
provo havas kiel efikon elmeti lin al la tento je malbono kaj doni al li la
tutan meriton el sia kontraŭstaro; nu, kvankam Dio anticipe ja scias, ĉu la
homo sukcesos aŭ ne, tamen Li ne povas, laŭ Sia justeco, puni aŭ rekompenci pro
ne plenumita ago.” (258)
Same okazas ĉe la
homoj. Kiel ajn kapabla estas lernanto, kiel ajn granda estas la certeco pri
lia sukceso, oni donas al li nenian rangon sen ekzameno, tio estas, ne provante
liajn konojn. Juĝisto kondamnas akuzaton nur pro elplenumita ago, kaj ne pro la
supozo, ke la akuzato povas aŭ devas elplenumi tiun agon.
Ju pli oni
pensas pri la sekvoj, kiuj rezultus, por la homo, el la konado de sia estonteco,
des pli oni konfesas, kiel saĝa estis la Providenco, kaŝante al li tiun
estontecon.
La certeco pri
feliĉa okazo lin sidigus en neaktiveco; tiu pri ia malfeliĉajo lin malkuraĝigus;
ĉu en la unua, ĉu en la dua hipotezo, liaj fortoj paraliziĝus. Tial la
estonteco estas konigata al la homo nur kiel celo, kiun li devas trafi per siaj
klopodoj, tamen ne konante la sinsekvajn fazojn, kiujn li devas trapasi ĝis
tie. La konado de ĉiaj okazetoj de la irado forprenus de li la iniciatemon kaj
la uzadon de la libera volo: ĝi igus lin lasi sin kuntreni kun la fatala
torento de l’ okazoj, ne uzante siajn kapablojn. Kiam la sukceso de iu entrepreno
estas certa, oni jam ne zorgas pri tiu afero.
La Libro de la
Spiritoj – Allan Kardec.
sexta-feira, 19 de janeiro de 2024
Tempestade aplacada / The Tempest Stilled / La tormenta apaciguada / Kvietigita ventego.
Tempestade aplacada.
45. Certo dia,
tendo tomado uma barca com seus discípulos, disse-lhes ele: Passemos à outra
margem do lago. Partiram então. Durante a travessia, ele adormeceu. — Então, um
grande turbilhão de vento se abateu de súbito sobre o lago, de sorte que,
enchendo-se d'água a barca, eles se viam em perigo. Aproximaram-se, pois, dele
e o despertaram, dizendo-lhe: Mestre, perecemos. Jesus, levantando-se, falou,
ameaçador, aos ventos e às ondas agitadas e uns e outras se aplacaram,
sobrevindo grande calma. Ele então lhes disse: Onde está a vossa fé? Eles,
porém, cheios de temor e admiração, perguntavam uns aos outros: Quem é este que
assim dá ordens ao vento e às ondas, e eles lhe obedecem? (S. Lucas, 8:22–25.)
46. Ainda não
conhecemos bastante os segredos da natureza para dizer se há ou não
inteligências ocultas presidindo à ação dos elementos. Na hipótese de haver, o
fenômeno em questão poderia ter resultado de um ato de autoridade sobre essas
inteligências e provaria um poder que a nenhum homem é dado exercer. Como quer
que seja, o fato de estar Jesus a dormir tranquilamente, durante a tempestade,
atesta de sua parte uma segurança que se pode explicar pela circunstância de
que seu Espírito via não haver perigo nenhum e que a tempestade ia amainar.
A Gênese – Allan
Kardec.
The Tempest
Stilled
45. One day
Jesus said to his disciples, “Let’s go over to the other side of the lake.” So
they got into a boat and set out. As they sailed, he fell asleep. A squall came
down on the lake, so that the boat was being swamped, and they were in great
danger. The disciples went and woke him, saying, “Master, Master, we’re going
to drown!” He got up and rebuked the wind and the raging waters; the storm
subsided, and all was calm. “Where is your faith?” he asked his disciples. In
fear and amazement they asked one another, “Who is this? He commands even the
winds and the water, and they obey him.” (Luke, 8: 22 to 25).
46. We do not
yet know enough of the secrets of nature to affirm if there are or not occult
intelligences which preside at the action of the elements. In this hypothesis
the phenomena in question would be the result of an act of authority over these
same intelligences, and would prove a power which has not been given to any man
to exercise.
At all events,
Jesus, sleeping quietly during the tempest, attests a security which can be
explained by this fact, that his spirit saw there was no danger, and that the
storm was going to be allayed.
GENESIS – Allan Kardec.
La tormenta
apaciguada
45. “Cierto día,
habiendo subido a una barca junto con sus discípulos, Él les dijo: ‘Pasemos a
la otra orilla del lago’. Partieron, pues. Durante la travesía, Él se quedó
dormido. Un gran torbellino de viento se abatió de súbito sobre el lago, de
modo que al llenarse la barca de agua se vieron en peligro. Se aproximaron
entonces a Él y lo despertaron, diciéndole: ‘¡Maestro, perecemos!’ Jesús,
incorporándose, increpó al viento y al oleaje, que se aplacaron, y sobrevino
una gran calma. Él entonces les dijo: ‘¿Dónde está vuestra fe?’ Ellos, llenos
de temor y admiración, se preguntaban unos a otros: ‘¿Quién es este, que así da
órdenes al viento y a las olas, y le obedecen?” (San Lucas, 8:22 a 25.)
46. Aún no
conocemos suficientemente los secretos de la naturaleza como para afirmar si
existen o no inteligencias ocultas que rijan la acción de los elementos. En la
hipótesis de que las hubiera, el fenómeno en cuestión podría ser el resultado
de un acto de autoridad sobre esas inteligencias, y probaría un poder que no le
es dado ejercer a ningún hombre.
Sea como fuere,
el hecho de que Jesús durmiera tranquilamente durante la tempestad, demuestra
de su parte una seguridad que sólo se puede explicar por la circunstancia de
que su Espíritu veía que no había peligro alguno, y que la tempestad se
apaciguaría.
EL GENESIS –
Allan Kardec.
Kvietigita
ventego
45. – Kaj en unu
el tiuj tagoj eniris en ŝipeton li kaj liaj disĉiploj; kaj li diris al ili: Ni
transiru al la alia bordo de la lago; kaj ili surmariĝis. – Sed dum ili
veturis, li endormiĝis; kaj falis ventego sur la lagon; kaj ili tute pleniĝis
de akvo, kaj estis en danĝero. – Kaj ili venis al li, kaj vekis lin, dirante:
Estro, estro, ni pereas. Kaj li leviĝis, kaj admonis la venton kaj la furiozon
de la akvo; kaj ili ĉesiĝis, kaj fariĝis sereno. – Kaj li diris al ili: Kie
estas via fido? Kaj ili timis kaj miris, dirante unu al la alia: Kiu do estas
ĉi tiu? Ĉar li ordonas eĉ al la ventoj kaj al la akvo, kaj ili obeas al li.
(Sankta Luko, ĉap. VIII, par. 22 ĝis 25.)
46. – Ni ankoraŭ
ne sufiĉe konas la sekretojn de la Naturo por aserti, ĉu estas, aŭ ne, kaŝitaj
inteligentoj direktantaj la agadon de la elementoj. Ĉe la jesa hipotezo, la
fenomeno povus esti la rezulto de iu aŭtoritata ago sur tiujn inteligentojn kaj
atestus ian povon, kiun al neniu homo estas konsentite disponi.
Kiel ajn la
afero estas, Jesuo, trankvile dormante dum la ventego, atestas senton de sekureco
klarigeblan per la fakto, ke lia Spirito vidas la eblon de nenia danĝero kaj la
baldaŭan kvietiĝon de la ventego.
La Genezo –
Allan Kardec.